Tomado del blog de Juanjo, director del I.E.S. Antonio Dominguez Ortiz, de Sevilla:
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En varias ocasiones, y ya me estoy hartando, me he negado a firmar distintos escritos de asociaciones y colectivos de directores de institutos que reclamaban la reducción de las horas de clase de los directores hasta el cero absoluto. Es decir, la supresión completa. Vamos, que me niego en rotundo a solicitar a la administración que los directores no demos clase. Y, aunque no me he encontrado solo en la negativa, sí hemos sido una minoría casi ridícula. Y me he negado a la vez que la indignación ha inundado mi ánimo. No soy ningún ejemplo de nada, pero llego a mi instituto, junto con el jefe de estudios, antes que nadie y me voy, también a la vez que él, después de todo el mundo. Y tengo ocho horas lectivas semanales. Pero son ésas, precisamente ésas, las únicas en las que tengo la sensación de que tiene sentido todo lo que se hace el resto de horas.Son esas horas de clases, de contacto real, en el aula, con los alumnos, las únicas en las que disfruto, ajeno a despachos propios y ajenos. Y me parecen poquísimas horas esas ocho a la semana, y echo de menos tener más. ¿Cómo voy a querer no dar clases? Si es precisamente sumergido en el aula cuando, apartado de burocracia, política, reuniones improductivas, verborreas administrativas de todo tipo, borradores de leyes, leyes, decretos, órdenes, manipulaciones varias, desencuentros ideológicos de distinto estilo, etc, me reconcilio con mi tarea diaria. ¿Cómo voy a firmar mi sentencia de exilio
despachológico, mi deserción de la tiza (o de los ordenadores), mi imposibilidad de situación de realidad? ¿Qué idea puede tener un director de lo que sucede en su centro si no da clases o si premeditadamente se reserva los grupos “buenos? ¿Por qué esas ganas de perder el contacto con la verdadera realidad de un centro educativo? ¿Tan fácil es olvidar que son ellos, los alumnos, el único sentido y el fin último que tiene todo centro de enseñanza? No, no quiero, ni lo haré, perder el contacto con mis alumnos cuando lo que me gustaría es perderlo con quienes quieren perder el contacto con los alumnos.
Exíliense ustedes a sus torres de marfil de la educación, señores directores solicitantes de su retiro del aula. Tiren la tiza a la papelera en su apresurada huida de las clases. Soliciten incluso su paso a la administración, medren todo lo que puedan, créanse importantes y orbiten alrededor de la realidad educativa, en medio del vacío, pendientes del agujero negro de sus relaciones con quien hace tiempo que no sabe que un alumno no es un número. Siéntanse ustedes poderosos, pidan su “profesionalización”, quéjense del profesorado mientras dejan de serlo, reclamen más sueldo. Y enciérrense en sus despachos, o en otros, con la falsa excusa de que están arreglando u organizando algo de lo que se han apartado. Que yo seguiré con mis clases. Que no firmo, que no.
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