AULA 31

Bitácora de LITERATURA y LENGUA (… y otras "hierbas" educativas y sociales )

PAPIROFLEXIA LITERARIA 13 marzo, 2013

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Os propongo un juego   ¿A qué obra literaria hacen referencia estas figuras de papiroflexia?

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COMENTARIO DE TEXTO

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FRAGMENTO  DE   LA  ELEGANCIA  DEL  ERIZO ,  de    MURIEL BARBERY

La gramática, estrato de conciencia que lleva a la belleza

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Por lo general, por las mañanas siempre saco un ratito para escuchar música en mi cuarto. la música desempeña una función muy importante en mi vida. Es lo que me permite soportar… pues… todo lo que hay que soportar: mi hermana, mi madre, el colegio, Achille Grand-Fernet, etc. La música no es sólo un placer para el oído como la gastronomía lo es para el paladar, o la pintura, para los ojos. SI pongo música por la mañana tampoco es que la razón sea muy original: lo hago porque determina el tono del día. Es muy sencillo y, a la vez, muy complicado de explicar: creo que podemos elegir nuestros estados de ánimo porque poseemos una conciencia con varios estratos y tenemos la manera de acceder a ellos. Por ejemplo, para escribir una idea profunda, tengo que ponerme a mí misma en un estrato muy especial, si no, no me vienen las ideas y las palabras a la cabeza. Tengo que olvidarme de mí misma y a la vez estar superconcentrada. Pero no es una cuestión de «voluntad», es un mecanismo que se puede accionar o no, como rascarse la nariz o hacer una voltereta para atrás. Y para accionar el mecanismo, no hay nada mejor que un poquito de música. Por ejemplo, para relajarme, pongo algo que me haga alcanzar como un estado de ánimo distanciado en el que las cosas no me llegan de verdad, las miro como quien ve una película: un estado de conciencia «desapegado». En general, para ese estrato escucho jazz o, más eficaz a largo plazo aunque tarden más en notarse los efectos, Dire Straits (viva el mp3).
Esta mañana pues he escuchado a Glenn Miller antes de salir para el colegio. Se diría que no lo he escuchado durante el tiempo suficiente. Cuando se ha producido el incidente, he perdido todo mi desapego. Ha sido en clase de lengua, con la señora Magra (que es un antónimo con patas de tantos michelines como tiene). Además, se viste de rosa. Me encanta el rosa, pienso que es un color injustamente tratado, se suele atribuir a los bebés o a las mujeres que se maquillan como puertas, cuando el rosa es un color muy sutil y delicado, que tiene mucha presencia en la poesía japonesa. Pero el rosa y la señora Magra es un poco como el tocino y la velocidad. Bueno, total, que esta mañana tenía clase de lengua con ella. Ya de por sí es un rollazo. La lengua con la señora Magra se resume a una larga serie de ejercicios técnicos, poco importa si hacemos gramática o comentario de texto. Con ella, parece que un texto se ha escrito para que se puedan identificar los personajes, el narrador, los lugares, las peripecias, los tiempos de la narración, etc. Creo que no se le ha pasado jamás por la cabeza que, ante todo, un texto se escribe para ser leído y para provocar emociones en el lector. Para que os hagáis una idea, nunca nos ha preguntado: «¿Os ha gustado este texto/este libro?». Sin embargo es ésta la única pregunta que podría dar sentido al estudio de los puntos de vista narrativos o de la construcción de la trama… Por no hablar del hecho de que, en mi opinión, los alumnos de nuestra edad tenemos un espíritu más abierto a la literatura que los de bachillerato o los estudiantes universitarios. Me explico: a nuestra edad, por poco que se nos hable de algo con pasión tocando las cuerdas adecuadas (las del amor, la rebelión, la sed de novedades, etc.), es muy fácil captar nuestro interés. Nuestro profesor de historia, el señor Lermit, supo apasionarnos en sólo dos clases enseñándonos fotos de gente a la que se había cortado una mano o los labios, en aplicación de la ley coránica, porque habían robado o fumado. Sin embargo, no lo hizo en plan peli gore. Era sobrecogedor, y todos escuchamos con atención la clase siguiente, que ponía en guardia contra la locura de los hombres, y no específicamente contra el islam. Entonces, si la señora Magra se hubiera tomado la molestia de leernos con la entonación adecuada algunos versos de Racine («Y que el día amanezca y que el día agonice/sin que que ya nunca pueda ver Tito a Berenice»), habría visto que el adolescente típico está maduro para abordar la tragedia amorosa. Una vez en el instituto, las cosas se ponen más difíciles: la edad adulta asoma ya la cabeza, empiezan a intuirse las costumbres de los mayores, uno se pregunta qué papel y qué lugar heredará en la obra y, además, se ha estropeado ya algo, la pecera está a la vuelta de la esquina. Entonces, cuando esta mañana, añadiéndose al rollazo habitual de una clase de literatura sin literatura y de una clase de lengua sin inteligencia de la lengua, he experimentado un sentimiento extraño, inclasificable, no he podido contenerme. La profesora estaba tratando el epíteto, con el pretexto de que en nuestras redacciones brillaba por su ausencia «cuando deberíais ser capaces de emplearlo desde tercero de primaria». «Alumnos tan incompetentes en gramática como vosotros, desde luego, es como pa’ pegarse un tiro», ha añadido luego, mirando especialmente a Achille Grand-Fernet. No me cae bien Achille pero tengo que decir que estaba de acuerdo con la pregunta que le ha hecho a la profesora. Creo que se imponía algo así. Además, que una profesora de letras diga pa’ en lugar de «para», a mí me choca, qué queréis que os diga.

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