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En el «Grupo de lectura» de la Biblioteca de nuestro Instituto, estamos leyendo la obra El tiempo envejece deprisa del italiano Antonio Tabucchi. Es una obra compuesta por 9 relatos, «nueve magníficos relatos ambientados con el gusto cosmopolita del escritor y escritos con un lenguaje cautivador» (Cesare Segre); «Una colección de excelentes relatos» (Michel Audétat, L’Hebdo). La revista Lire lo ha elegido el mejor libro de relatos publicado en Francia en 2009, y desde estas páginas voy a hacer una reseña.
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Voy a comenzar con el primer relato del libro: “El círculo” que comienza con el poema “El viejo catedrático” de la poetisa polaca Wislawa Szymborska, que quiero reproducir íntegro:
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Le pregunté sobre aquellos tiempos
en que éramos tan jóvenes,
ingenuos, entusiastas, tontos, inexpertos.
Algo de eso ha quedado, excepto la juventud
-respondió.
Le pregunté si todavía sabe a ciencia cierta
lo que es bueno y lo que es malo para el hombre.
La más mortífera ilusión posible
-respondió.
Le pregunté por el futuro,
si lo sigue viendo claro.
He leído demasiados libros de historia
-respondió.
Le pregunté por la fotografía,
esa en el marco, sobre el escritorio.
Fueron, pasaron. Mi hermano, mi primo, mi cuñada,
mi esposa, mi hijita sobre las rodillas de mi esposa,
el gato en los brazos de mi hijita,
y un cerezo en flor, y sobre el cerezo
un pájaro volador no indentificado
-respondió.
Le pregunté si es a veces feliz.
Trabajo
-respondió.
Le pregunté por los amigos, si todavía tiene.
Algunos de mis antiguos ayudantes,
que también tienen antiguos ayudantes,
la señora Luzmila, que gobierna mi casa,
alguien muy cercano, pero en el extranjero,
dos señoras de la biblioteca, las dos sonrientes,
el pequeño Gregorio de enfrente y Marco Aurelio
-respondió.
Le pregunté por la salud y por su estado de ánimo.
Me prohíben el café, el vodka, los cigarros,
cargar recuerdos y objetos pesados.
Tengo que fingir que no lo oigo
-respondió.
Le pregunté por el jardín y el banco en el jardín.
Cuando la noche es serena observo el cielo.
No deja de asombrarme cuántos puntos de vista hay ahí
-respondió.
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Asistimos a una especie de entrevista-interrogatorio a un viejo catedrático, en la que a cada pregunta personal que tiene que ver con el propio protagonista, éste responde con “su” punto de vista, con total “certeza”, pero en la única pregunta que no tiene nada de personal ( el jardín y el banco ) la respuesta es abierta, relativa, donde una única respuesta ya no es posible, donde la dimensión de la respuesta es múltiple. Sólo nos queda seguir dudando e interrogándonos siempre, porque en este interrogarse está la esencia de nosotros mismos, y porque es la única salida que tenemos:
En algún lado debe haber una salida,
eso es más que seguro.
Mas no eres tú quien la busca,
ella te busca a ti, es ella la que va tras de ti desde el principio, y ese laberinto no es otra cosa que tú…
como nos dice la propia autora en otro poema.
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¿Y mientras tanto qué…? Pues de nuevo, los efectos del paso del tiempo, porque “Persiguiendo la sombra, el tiempo envejece deprisa”: es decir, persiguiendo ideas, recuerdos o sombras, persiguiendo lo accesorio, se nos escapa la vida ( ¿os suena? ). Esta es la secuencia del interrogatorio: la primera pregunta al viejo catedrático nos devuelve la nostalgia del tiempo pasado como respuesta; la segunda pregunta nos sitúa ante el maniqueísmo moral y su respuesta es la ilusión; la tercera interroga sobre el futuro, pero la respuesta es el pasado; la cuarta habla de la familia como deseo de perpetuar el pasado en una fotografía; la quinta nos sitúa en un contexto muy actual: trabajo = felicidad; la sexta hace referencia a la amistad, pero la respuesta es fría y concluyente; la siguiente habla de la salud respondiendo el viejo catedrático con sus achaques y sus representaciones, para terminar – de forma magistral – preguntando por el cielo y los infinitos puntos de vista-estrellas que existen y ante los que nos hemos de rendir, pues nos hacen ver nuestro minúsculo tamaño, donde ya no hay respuestas certeras.
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¿Y el argumento? Una reunión de una “familia histórica” suiza ( abuelos, padres, hijos, nietos…), para conmemorar un aniversario de la muerte del patriarca, en la que la nuera con un “lozano rostro de leche y sangre” ( origen magrebí ) se siente poco integrada en el clan, como convidada de piedra, y que recuerda de su madre que “provenía de la nada, como su recuerdo, que no era un verdadero recuerdo, sino el recuerdo de un relato”, con lo que se esfuma la certeza de su identidad. Al no sentirse cómoda en esa reunión, al sentirse encerrada en un “círculo” ajeno decide salir de allí y en un prado empieza a cuestionarse el no haber tenido hijos, su infertilidad – ella está seca como el desierto y los lugares de arena reaparecerán en su memoria – frente a su cuñada Greta, menor que ella pero ya con dos hijos a sus espaldas. Y una justificación le ronda la cabeza: la ausencia de agua. El agua hace fértil la tierra y las mujeres, y ella procede del árido desierto magrebí y su cuñada de una ciudad suiza como Ginebra, con un amplio lago.
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Y en este momento cambia la decoración y entramos en otra dimensión visionaria. Es la parte más lírica del relato y la mejor. “Era una manada de una decena de caballos, tal vez más, casi todos de pelo grisáceo, algunos jaspeados…” y comienza la danza en círculo de éstos que al galope inician una febril danza tan rápida que los caballos se han convertido en un solo caballo y sus cascos resonaban en la tierra como un tambor cuyo sonido le invade todo el cuerpo. Y ella encerrada en ese círculo. Rapidez de movimientos y rapidez de pensamientos en la mujer “ que se habían convertido en un círculo también, un pensamiento que se pensaba a sí mismo, se dio cuenta de que estaba pensando que pensaba”. Al final los caballos se alejan al galope, y ella veía desde aquella altura “que el horizonte era circular…, que el círculo trazado por los caballos se hubiera dilatado hasta el infinito transformándose en el horizonte”, con lo que el círculo temporal ( pasado-presente de la protagonista) se cierra sobre sí mismo como un “eterno retorno”, casi nietzscheano.
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Con extraña habilidad, logra aunar una historia familiar, un clan, con una estampida de caballos. La descripción de esa estampida, con los caballos galopando y rodeando a la mujer que no se siente integrada al clan, que se siente como exiliada ( muchos personajes de la novela aparecen como “exiliados”: unos de sus países de origen, otros de sí mismos ) cobra una fuerza inesperada y conduce al texto a un territorio poético de gran calidad. Esta imagen de los caballos que trazan un círculo alrededor de la mujer y de sus pensamientos tiene gran fuerza narrativa, al igual que los repentinos recuerdos de su falta de fertilidad como madre, lo que son sin duda pasajes del mejor Tabucchi. Son momentos en que estas frases -auténticas fotografías verbales- se alzan por encima de nuestra mirada y como en la imagen de portada del libro, se elevan sobre unos “zuecos” que nos permiten ver más allá.
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Y quiero terminar este libro con la reseña del último de los relatos. Se llama «A contratiempo»:
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El asunto es el de un escritor que, incapaz de plasmar en un papel una historia que se ha contado a sí mismo muchas veces, viaja al escenario de su ficción y se ve atrapado en su propio relato. Aquí Tabucchi juega con paralelismos y simetrías, pues presenta a un hombre que se observa en otro. El inicio del relato es: “Ocurrió así: …” y comienza a narrarnos una historia ( p. 137 ), hasta que llega al final ( p. 147 ) y luego dice: “ De modo que así había sido, y no había otra conclusión posible…”. Pero él continúa escribiendo y este es el momento en que aparece en escena el propio narrador como personaje: “el que conocía esta historia” ( con estos términos literales aparece hasta un total de 5 veces en la misma página 147 ) e imagina la continuación de la historia veinte años después.
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A CONTRATIEMPO ( según el diccionario: “en sentido inverso al tiempo ordinario con que se marca el compás” ) narra la historia de un hombre que viaja a Creta ( con su laberinto mítico ) en 2008, a un simposio, de vacaciones. En pleno vuelo aéreo hojea una revista con “las mejores fotografías de nuestro tiempo y que no son más que imágenes de muerte : Hiroshima ( 1945 ), los Jemeres Rojos de Camboya, el golpe de estado de Pinochet en Chile ( 1973 ) y la posterior visita de Juan Pablo II a este mismo país ( 1987 ), la muerte de un joven en las manifestaciones contra la reunión en Génova, de los ochos países más ricos del mundo (de julio de 2001, ) y por último la cárcel de Abu Ghraib, en Irak ( 2004 ). Dos elementos: el avión y la fotografía. El avión daba vueltas sin sentido antes de aterrizar en Atenas ( p. 141 ) y seguía dando vueltas sin sentido, algún tiempo después ( p. 142 ). La fotografía no es más que una forma de recuperar el pasado, de actualizarlo ( ¡el tiempo cíclico, una vez más! ). Al aterrizar recoge el coche alquilado y emprende el camino hacia el hotel, hacia la playa, hacia el este …
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Pero en un determinado momento del trayecto, el desconocido personaje, por algún motivo también desconocido, en un cruce pone el intermitente a la derecha y gira a la izquierda, en una dirección que le lleva a la montaña en vez de a la playa, en un amplio juego de paralelismos ( derecha-izquierda; playa-montaña; pasado-futuro), con lo que “uno acaba en el oeste” ( p. 144 ) ( poniente, futuro, muerte ).
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Él quería ir al este, al hotel, al simposio. Tenía tiempo hasta el simposio y se dejó llevar al azar, y siente como una pequeña felicidad en un trayecto que obedecía “a una antigua memoria o a una orden recibida en sueños” ( p. 146 ). Llega al monasterio y quiere relevar al viejo anacoreta y entonces se produce un salto temporal de veinte años… Ahora ya nos situamos en el “a contratiempo”, en el sentido inverso al tiempo ordinario que define el diccionario. Ya no es el recuerdo del pasado lo que acontece , sino el haber “capturado el futuro” lo que sucederá ahora.
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Y entonces aparece el hombre pero ahora ya viejo, en 2028, ante el que llegan, de nuevo, una pareja de jóvenes a los que les pide alguna fotografía para ver qué ha ocurrido en el mundo en estos últimos 20 años ( lo mismo que el protagonista veinte años antes vio en el avión la revista que traía las fotos de los acontecimientos más importantes de “nuestro tiempo. Ahora se trataría para un lector de 2010 de una forma de anticipar el recuerdo del futuro/pasado ). Parece que este personaje necesitara de un documento gráfico, objetivo, para creer lo que ha pasado, pues no se limita a pedirles a los jóvenes que le cuenten los sucesos acaecidos – que podrían ser subjetivos -. El narrador ha alcanzado ya el lugar que inventó él mismo en una noche de insomnio para vivir una experiencia que, hasta entonces, había delegado en su personaje. Y así el narrador vuela hacia Creta ( con su laberinto mítico ) para recuperar el lugar soñado, ese Monastiri, donde pasará quizás el resto de su vida.
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Creta, el laberinto, los círculos que da el avión antes de aterrizar, los giros en la carretera a derecha o a izquierda, son señales, síntomas o símbolos de esa concepción cíclica del tiempo, que como no podía ser de otra forma se desarrolla en una isla tan mítica como Creta.
En definitiva, es un cuento sobre metanarrativa, sobre la narrativa que habla del arte de escribir historias ( así tenemos un narrador y un protagonista que acaban viviendo la misma historia). Durante el insomnio, la imaginación ofrece al protagonista del relato un escenario que parece más vivo y real que la realidad que estaba viviendo. Pero el problema está en el trabajo de transferir sobre la página en blanco aquello que, palabra por palabra, “el hombre que conocía esta historia” tenía en su mente ( o sea el eterno problema de los escritores y el miedo a la creación ). Algo parecido a lo que el propio Tabucchi señala: “alguna de estas historias, antes de encontrar existencia en mi libro, han existido en la realidad. Yo sólo me he limitado a escucharlas y a contarlas a mi modo” . Sí, a su modo, pero con una dosis de genialidad que no está al alcance de muchos escritores.
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A CONTRATIEMPO, es el único de los cuentos “que no mira al pasado, sino a un futuro idealizado, casi fantástico, como puerta final que no cierra el libro, sino que lo abre a la esperanza y al cambio continuo”, como ha señalado un crítico. El “dejà vu” del protagonista, las zonas de sombra, las realidades soñadas, el falso recuerdo o, como lo dice la narradora del primer relato, «El círculo»: «Un recuerdo, que no era un recuerdo, sino el recuerdo de un relato«. Así son las cosas en el universo de la metaficción.
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