AULA 31

Bitácora de LITERATURA y LENGUA (… y otras "hierbas" educativas y sociales )

DÍA INTERNACIONAL DE LA PALABRA 23 noviembre, 2014

Filed under: V A R I O S — ciervalengua @ 8:34 am

Día de la palabra

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La proclamación frente a la ONU del 23 de noviembre como Día Internacional de la Palabra es una iniciativa de la Fundación César Egido, española, consciente de la necesidad del diálogo como herramienta fundamental para la erradicación de toda violencia. Ojalá todos los días de hoy en adelante, la palabra fuera lazo único y permanente para la convivencia.

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Comienzo con el célebre texto de Pablo Neruda en sus memorias Confieso que he vivido :

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…Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen… Vocablos amados… Brillan como perlas de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío… Persigo algunas palabras… Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema… Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas… Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto… Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola… Todo está en la palabra… Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció. Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces… Son antiquísimas y recientísimas… Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada… Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Estos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo… Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas… Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de la tierra de las barbas, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras.

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La palabra, hoy, ahora, siempre es un acto revolucionario. Defender la palabra es defender la verdad, su totalidad preñada de verdad. Decía Antonio Machado:

¿Tu verdad? No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla. 
La tuya, guárdatela. 
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Como señala Ismael Alonso, defender la palabra es morder el hueso de la realidad y de la materia. Los antiguos, con Platón y Aristóteles a la cabeza, discutieron y hasta se dieron zurriagazos sobre si los nombres provenían de las cosas, o aquel era pura convención entre los hombres. El móvil de la poesía, en gran parte de la segunda mitad del siglo XX, ha pretendido seguir la máxima de Juan Ramón, en un verso ya conocido: ‘Intelijencia’, dame el nombre exacto de las cosas. La palabra sustituyendo a la cosa, la palabra convirtiéndose en la misma realidad; los poetas transformados en un Dios creador.

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En poesía, no sobra nada, hasta cada pausa tiene su sentido, como lo tienen las palabras. La poesía es la tensión última, que muchas veces se queda al borde de lo indecible. Ya lo decía otro grande, San Juan de la Cruz, cuando el esposo del Cántico espiritual, presa del éxtasis ante el encuentro místico con el esposo, sostenía que la experiencia era “un no sé qué quedan balbuciendo”.  La palabra también es silencio, saber callar a tiempo. Como sostenía Hemingway, “se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar”.
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La palabra también es libertad. Don Quijote, en sus momentos de lucidez, la defiende con tesón. Se dirige a Sancho en estos términos:

—La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.
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Y la palabra es libertad porque no solo nos hace hombres, sino porque no pertenece a nadie, es patrimonio de todos, como la amada lengua española que todos hablamos. Es aquí donde todos nosotros nos sentimos libres, ante una libreta, la pantalla de un ordenador, el folio en blanco que tiembla antes de ser emborronado.
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La palabra, amigos, es nuestra patria, como decía Francisco Ayala. Palabra sobre Palabra, como llamó Ángel González su obra completa. Palabra como memoria, palabra como la llama incandescente del pasado. Palabra, muchas palabras. Nos leen las palabras, nos eligen, nos musitan historias que siempre nos han cautivado, ya sea acompañados de unos cabreros, hace cientos de años, al calor de una fogata, o bajo el silencio de un candil leyendo un libro hurtado a la prohibición, en esas historias en blanco y negro que nos relataban nuestros abuelos.
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Por eso, ahora vais a tomar la palabra. Y cada sonido, cada fonema, tiene su propia magia, ese sonido oscuro que para Lorca emanaba de la verdadera poesía. Amigos, que empiece la fiesta. Porque la palabra, sin ser escuchada, no es palabra. Miguel de Montaigne, el inventor del ensayo, aseguraba que la palabra “es mitad de quien la pronuncia, y mitad de quien la escucha”. O bien, en tiempos más recientes, Ortega y Gasset, que señalaba que “las palabras no lo son si no son dichas por alguien”.

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Con tanta cita ensartada, permitidme una última. Me gusta mucho, me parece magnífica, porque retrata, para mí, uno de los objetivos principales: no ya solo comunicarnos, sino conocernos, compartir nuestras esencias. Así que, siguiendo a Séneca, “Háblame para que yo te conozca”.

Hablad, amigos, ahora. Que vuestras palabras sean un arma cargada de futuro, hoy, ayer y siempre.

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