AULA 31

Bitácora de LITERATURA y LENGUA (… y otras "hierbas" educativas y sociales )

Desde el balcón de mi experiencia… 28 enero, 2017

Filed under: V A R I O S — ciervalengua @ 12:29 pm

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Compañeras, compañeros:

Esta semana acabo oficialmente mi vida laboral en la docencia, y de mis «clases activas» pasaré ahora a las “clases pasivas”.  Me vais a permitir una doble osadía: la de dirigirme a todos vosotros con unas breves palabras mías y otras prestadas de compañeros que ya han pasado por esta situación (si queréis, leedlo, si no pasad de largo) y también desvelaros un pequeño rasgo de soberbia y es que yo siempre me he considerado un tanto especial, una rara avis.  Soy de literatura, y por eso siempre he sido un verso suelto, un francotirador, un troyano, un integrante de la Quinta columna que ha trabajado desde dentro a su aire, a su ritmo, poniendo gramos de desobediencia e indisciplina a las normativas de las leyes educativas que todos sufrimos y a la vez intentando criticarlas, intentando desvelar sus trampas y contradicciones, y con respecto al alumnado “enseñando siempre a dudar de lo que enseñes” (Ortega y Gasset y  A. Machado ), no ofreciendo casi nunca certezas y respuestas definitivas sino más bien dudas y muchas preguntas, porque creo, sinceramente, que la educación ha de fomentar el espíritu crítico, no tiene que adaptarse a la sociedad, no debería ser correa de transmisión de las respuestas de ésta, sino que tiene que transformar la sociedad…. ( “el pensamiento no puede tomar asiento / porque el pensamiento es estar siempre de paso, de paso…” L.E. Aute)

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En primerísimo lugar, quiero dejar claro que si algo merece la pena en la Enseñanza es ese alumnado con el que convivimos diariamente, con sus defectos y sus virtudes, sus fobias y sus filias, sus altibajos y sus éxitos, a quien el sistema, de una forma u otra, incorpora para la vida ciudadana. Cada curso sale del Bachillerato y de los Ciclos Formativos un puñado de gente maravillosa, trabajadora y bien formada que está a la altura de su tiempo (esa “inmensa minoría” de la que hablaba el poeta Juan Ramón Jiménez); pero también hay una amplia zona intermedia que transcurre por casi todas las etapas educativas y jamás pasará del analfabetismo funcional o de ser meros trabajadores eventuales sin apenas capacidades.  El fracaso de su educación –lo confirma PISA-  no es sólo su fracaso, sino nuestro fracaso, el de toda la tribu: a) los políticos (con 6 leyes educativas en casi cuarenta años y todas basadas en ideologías y no en consensos); b) los pedagogos a la violeta, prístinos individuos de dudosa eficacia siempre mirándose el ombligo envueltos en una pirotecnia verbal absurda (curricula, competencias, destrezas, rúbricas, estándares…) ; c) los atareados padres y madres, desentendidos de la educación en casa de sus retoños o preocupados sólo de que aprueben sin más,  o d) el profesorado, con excelentes profesionales, pero poco motivados, o algunos profesores, como-yo-mismo, manifiestamente mejorables (vaya la autocrítica por delante), con una amplia gama de errores a mis espaldas.

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Quiero hacer un breve recorrido -quizá no tan breve- por algunas cuestiones que son fundamentales para todos nosotros:

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I.LA POLÍTICA EDUCATIVA: LAS CONTINUAS REFORMAS

Cuando el final de algo va llegando, se evocan y se acumulan las secuencias vividas en el trayecto, se empieza a pasar revista a los paisajes que quedaron grabados en la retina. De entre esos paisajes recuerdo uno que hemos padecido todos repleto de un sinfín de leyes, de normativas, de decretos y de muchas siglas educativas.

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A partir de los ochenta se desató una fiebre legislativo-educativa, con promulgación de numerosas leyes que nos han obligado a realizar aceleradas adaptaciones, a hacer constantes modificaciones curriculares y formales de los planteamientos pedagógicos y metodológicos en nuestra labor docente. Los cambios continuos, antes de que hubiera tiempo suficiente para que la ley anterior se consolidara, han provocado en la conciencia de muchos profesores el cuestionamiento de su propia labor docente. Realmente el ritmo tan acelerado y asfixiante de producción legislativo-educativa impedía una correcta asimilación y adaptación a las nuevas exigencias que se imponían al profesor desde la Administración educativa. Aunque están en la memoria de todos, recuerdo la vertiginosa sucesión de estas leyes educativas:

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-la LOECE de 1980, de 19 de Junio, por la que se regula el Estatuto de Centros Escolares;

-la LODE de 1985 (Ley Orgánica del Derecho a la Educación),

-la LOGSE de 1990 (Ley Orgánica General del Sistema Educativo),

-la LOPEG de 1995 (Ley de Participación, Evaluación y Gobierno de los Centros Docentes)

-la LOCFP de 2002 (Ley Orgánica de las Cualificaciones y de la Formación Profesional),

– la LOCE de 2002 (Ley Orgánica de Calidad de la Educación),

-la LOE de 2006 (Ley Orgánica de Educación)…

– Y la LOMCE  ….  ¡ay, la LOMCE!

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Para mí ésta ha sido la última; a muchos de vosotros os queda todavía alguna más, y, espero que dentro de poco veamos alumbrarse otra nueva, que deseo sea por fin la definitiva (por lo menos durante varios años)

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Fácil es entender que toda esta cascada normativa ha sido el resultado de una excesiva politización del sistema educativo (es demencial que aún no tengamos un PACTO POR LA EDUCACIÓN, largamente demandada por todos). Un profesional tan cualificado como J. A. Marina, primero profesor de a pie y ahora teórico de la docencia, ha escrito un artículo en el diario digital El Confidencial (5/7/2016, al que remito), en el que tras describir los dos modelos educativo  (neoliberal y progresista) que nos han regido en los últimos casi cuarenta años, se pregunta si la economía ha sometido a la educación a sus intereses, como ya ha hecho con la política. Habla de la mercantilización de la escuela, de las presiones del Banco Mundial, y de que en definitiva la “escuela no es una mera preparación para la vida laboral, sino para la vida en general, para la convivencia, para la ciudadanía”. Ya sabemos todos que el origen de la evaluación por “competencias” es un intento del poder económico para someter a los trabajadores del futuro, es decir, a nuestro alumnado actual. Sí, sí, analizadlo pausadamente y veréis cómo por ahí van los tiros (el Estatuto docente no interesa tratarlo, el MIR en educación, salarios por rendimiento del alumnado, recortes presupuestarios y de personal, empeoramiento condiciones de trabajo…). Ni la educación es un negocio, ni los estudiantes son clientes, ni los profesores somos empleados de una empresa privada, al menos los de la enseñanza pública. La educación es un proceso de formación multidimensional en valores, conocimientos y habilidades, pero también es un derecho básico que debe asegurar la dignidad y el crecimiento personal, la libertad, la imaginación, la capacidad de resolver problemas ( Marina dixit ).  (Véase mi apunte de 2009 https://ciervalengua.wordpress.com/?s=yo+acuso )

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II.– EL ALUMNADO: CAMBIO RADICAL EN LAS AULAS

Cuando yo comencé a dar clase allá por los primeros años ochenta, teníamos solo alumnos sin más calificativos (del vocabulario de género ni se hablaba). Pero después empezamos a contar en nuestras aulas con un alumnado que presentaban problemas y deficiencias especiales, que requerían un tratamiento específico para el que muchos seguramente no estábamos preparados: recibimos alumnos con determinados síndromes -Asperger, Down- y supimos que había alumnos de espectro autista, alumnos ACNEEs, de integración, hiperactivos, hipoactivos, diversificados, disruptivos… Todo se nos complicó. A partir de entonces, se nos dijo que debíamos aplicar en las aulas distintos programas y realizar adaptaciones curriculares significativas y no significativas. Un profesor con 3 ó 4 grupos de alumnos distribuidos en distintos niveles tenía que desarrollar los diferentes programas de cada curso y atender a la diversidad individual dentro de cada uno de los grupos. Esto le obligaba a llevar una especie de cuaderno con innumerables registros de contabilidad académica. Y lo que fue peor por sus consecuencias, colocaba al profesor en una situación de gran inseguridad a la hora de evaluar el aprendizaje de los alumnos.

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Se empezó a generalizar la idea de que todo el alumnado podía y debía aprobar todas las materias. Si ello no era así, la responsabilidad del fracaso era del profesor que no había adaptado correctamente el programa a las circunstancias del alumno, no había prestado atención a la diversidad. Parecía que el trabajo del alumno, su actitud, su asistencia a clase pasaban a ser aspectos secundarios. Y, en definitiva, si el alumno se comportaba de una manera tan poco entusiasta o con una actitud objetora ante el aprendizaje, era porque el profesor no había sabido “motivarlo” adecuadamente. Con ello ocurría que la obtención de una titulación en Primaria y Secundaria ya no tenía el mismo grado de exigencia objetiva e igual para todos. Entrábamos así en un terreno inundado de meras apreciaciones subjetivas.

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Por otro lado, hemos visto muchas veces cómo, ante una reclamación de la calificación interpuesta por un alumno, la Administración, a través de su inspección educativa, alegaba, como fundamento para resolver a favor y otorgar el aprobado al alumno reclamante, la falta o la inadecuada adaptación curricular realizada por el profesor. Por supuesto, todos sabemos que la expresión “adaptación curricular” a las circunstancias personales y académicas del alumno es un concepto tan flexible, que está cargado de una inmensa dosis de subjetividad.

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Por otra parte, más recientemente, hemos visto que nuestras aulas se iban haciendo cada día más internacionales, globales, con alumnos que llegaban no ya de cualquier Comunidad Autónomaa, sino de otros países cercanos o no tan cercanos. También en esto nos tocó sufrir, puesto que uno de los aspectos esenciales en la docencia es la comunicación, pero con algunos de estos alumnos que llegaban a nuestras aulas no nos entendíamos durante un tiempo, faltaba la comunicación por el hecho de que desconocíamos su lengua, al igual que ellos la nuestra… Un problema más a añadir a nuestra profesión.

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Pero hemos sobrevivido a todo ello, y desde aquí quiero agradecer a los alumnos y alumnas por enseñarme a hacerme joven, tremendamente joven, como me siento.

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III. LOS PROFESORES: LOS AUTÉNTICOS EXPERTOS EN EDUCACIÓN

La verdad es que hemos trabajado, y vosotros vais a seguir trabajando, en una actividad muy atractiva, para la que hace falta una grandísima dosis vocacional. Es una actividad que tiene su encanto, su seducción, a pesar de que solemos decir que “quema” mucho, por las diversas circunstancias y por las peculiares características que concurren en ella, y, a veces, por el “fuego amigo” que viene de la propia Administración en la que trabajamos (los continuos vaivenes a la hora de aplicar normativas, la propia pérdida de autoridad del profesor, el aumento de la burocracia y la verborrea inútil – me viene a la mente aquello de «la parte contratante de la primera parte…»).

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Nuestra profesión plantea muchas dificultades. En ella ocurre algo que no se da en otros ámbitos. Al maestro, al profesor, todo el mundo le dice cómo tiene que realizar su trabajo, cómo tiene que enseñar: el vecino, el padre, la madre, el que pasa por la calle, el pedagogo desde su lejano despacho… Las formas y los métodos de enseñanza se están cuestionando permanentemente. Esto no se da en otras profesiones. Un fontanero, un mecánico, un arquitecto, un cirujano…, que están diariamente en la práctica de su actividad, son realmente los expertos, nadie les dice cómo tienen que poner un grifo, colocar la tubería del agua, montar o desmontar, construir, cortar, operar. Ellos son los expertos.

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En la educación ocurre al revés. Uno se jubila después de haber dedicado treinta y cinco o cuarenta años a la docencia y sigue sin ser experto. Los expertos en educación son otros que, con frecuencia, están fuera de las aulas, pero que le dicen al maestro y al profesor cómo debe enseñar. El experto es aquella persona que ha obtenido unos conocimientos basados en la experiencia, que ha adquirido habilidad y es competente en la actividad práctica que realiza o que ha realizado, que ha sabido unir la práctica y la teoría.

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Muchos de los que se autodenominan “expertos” escriben y hacen pomposas disertaciones sobre la educación infantil, primaria, secundaria, pero, con frecuencia, carecen del conocimiento que proporciona la realidad práctica de las aulas en esos niveles, desconocen las circunstancias de los alumnos sobre los que escriben. Algunos no han acudido a contrastar sus teorías con la realidad de las aulas, otros enamorados de la enseñanza huyeron y han estado ausentes durante muchos años y, en consecuencia, no conocen de manera directa los problemas actuales.

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Proyectan, diseñan en su laboratorio puramente especulativo planes de estudios, proponen “novedosas” metodologías, sueñan ideas basadas en un inútil pedagogismo. Por supuesto, no los aplicarán ellos, los aplicarán los profesores. Si esos proyectos fracasan, la responsabilidad no es del que proyecta sino del profesor, que no está preparado. Rápidamente se extrae la conclusión: el pobre profesor necesita formación. Los mismos “expertos” del proyecto fracasado elaboran desde el despacho los mecanismos del reciclaje, programan los cursos de formación y, además, con frecuencia los impartirán ellos mismos, es decir, los que “son“ pero no “están” en el día a día.

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Ahora nos dicen algunos políticos que van a “establecer una especie de MIR para seleccionar a los profesores”, cuando el problema no está tanto en el proceso de selección sino más bien en el modelo de gestión. Cuando dicen esto, están pensando o transmitiendo el mensaje a la sociedad de que gran parte de los profesores actuales somos malos profesionales y por eso tenemos la enseñanza que tenemos, los resultados académicos de nuestros alumnos son deficientes (nos lo recuerdan constantemente con el informe PISA), y los responsables del fracaso, en primer lugar, somos tods nosotros/as. Ahora ya no se trata solo de que el profesor necesita formación, sino de que debe ser sometido a una dura selección. Al profesor se le exige tener una carrera universitaria, ahora un master de dos cursos, unas oposiciones, prácticas durante un periodo. Si a esto añadimos ideas que se han ido sacando a la luz como que el profesor cobre en función de los rendimientos del alumnado, los ataques a la escuela pública con sus ingentes recortes presupuestarios, los informes PISA de la OCDE… llegamos a la situación actual, con algunos logros positivos pero con un sistema educativo que hace aguas por múltiples sitios.

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La pregunta es ¿son los profesores los principales culpables de los deficientes resultados académicos o las leyes educativas que se aplican no son realmente buenas?  Si algunos pueden afirmar, y de hecho afirman, que los profesores, a quienes se exige seguir todo un proceso de cualificación -carrera, Master, oposiciones, prácticas-, son poco eficientes, o incompetentes, o malos en su trabajo, con mucha mayor razón se podrá presumir, por lo menos presumir, si no afirmar, que los legisladores, a los que no se exige nada para serlo, elaboran y aprueban unas leyes educativas que seguramente no son tan buenas como creen. Algo o alguien falla, pero toda la responsabilidad no puede ser del profesor. Sin duda, a nosotros nos corresponderá nuestra cuota parte, a otros la suya.

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IV.- LA EDUCACIÓN EMPIEZA EN LA FAMILIA:  EL PAPEL DE MADRES Y PADRES

Sólo dos palabras. Una gran parte de las familias españolas son muy responsables con la educación de sus hijos e hijas. Se preocupan, les atienden, les escuchan, les apoyan y animan,  y en definitiva son los pilares básicos de la educación de sus retoños. La familia es el cauce natural desde donde nuestros alumnos deben emprender su travesía por la vida, apoyada por otros elementos como la escuela, los medios de comunicación, etc… Pero todos nosotros conocemos, a través de las tutorías, el papel que desempeñan muchas otras familias en la educación de sus hijos: dejadez de funciones, falta de comprensión y cariño, echar balones fuera, achacar la culpa a los profesores ante cualquier problema concreto, etc…

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La filosofía de “no poner límites”  a los hijos, de no valorar el esfuerzo y el sacrificio en la vida, de dejar que sean libres y creativos, sólo ha causado, en muchos casos, unos niños malcriados e intransigentes, que no aceptan órdenes ni indicaciones, que cuestionan cualquier decisión del profesorado, que recurren inmediatamente a sus derechos olvidando sus deberes, etc., etc. Como siempre, la ley del péndulo ha vuelto a funcionar: hemos pasado de la actitud de los padres antiguos que exigían y justificaban mano dura con sus hijos en la escuela a la de los actuales que, sin escuchar argumentos ni querer ver la realidad, justifican de antemano a sus hijos.  Todo esto unido al hecho social de que los padres y madres pasan menos tiempo en casa que antes, ha desembocado en una situación tan negativa como la actual, en la que unos padres malcriadores han educado a unos hijos malcriados.

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Pero en fin, no carguemos las tintas demasiado en ellos, porque muchos de nosotros –como padres que somos- también hemos pecado en algún momento de esto.

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V. FINAL CON JÚBILO

Pero con todo, la nuestra es una profesión privilegiada (no por las condiciones laborales, económicas o de prestigio social), sino por trabajar para educar a personas adolescentes, por convivir con compañeros de todo tipo y ralea, por conocer a personal no docente (como puedan ser Yolanda y Susana, Reme o Antonio en el bar) que se encargan de facilitarnos la labor día a día. Desde aquí un cariñoso abrazo para todos ellos.

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El hecho de trabajar en este espacio físico de las aulas tiene sus aspectos positivos y negativos. Por un lado, disfrutamos del privilegio de acompañar y de ayudar a quienes son los protagonistas de la educación, los alumnos, la razón de ser de nuestro trabajo. De ello deriva una satisfacción que solo se percibe, cuando se trabaja en el ámbito de las relaciones humanas, en las distancias cortas, en este caso cerca de nuestro alumnado, aunque sabemos de la mucha incomprensión, desconsideración, ninguneo, e incluso ataques de la propia Administración educativa (“el fuego amigo”).

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Y por último, en la fiebre de la modernidad del vocabulario y los conceptos, parece que nos encantan los extremos. Hasta ahora hablábamos de contenidos, objetivos generales, específicos, de etapa, valores, métodos… Todo eso ha quedado en segundo plano. Ahora lo fundamental y ultimísimo, lo verdaderamente importante son las competencias básicas, perdón, competencias clave (¿o lo son ya los estándares o las rúbricas?). ¡¡Merde!!  Quien se precie de estar al día y de ser conocedor de la educación debe repetir en sus discusiones las virtudes de las competencias básicas-clave. Por supuesto que es importante ser competente social, cultural, matemática, o digitalmente, pero parece que siempre vamos de extremo a extremo. Ni el todo teórico del ayer ni el todo práctico del hoy, el término medio.

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La verdad es que son las maestras, los profesores, quienes llevan a cabo cada día en las aulas la teoría y la práctica, con mejor o peor resultado, pero siempre con buena voluntad. Muchos estamos convencidos de que es el profesorado, con su buen saber hacer, el que encuentra la justa medida, la dosificación correcta de esos elementos, la proporción áurea de esta profesión nuestra. Sabemos que el mejor cursillo y la mejor escuela de aprendizaje es el día a día en el aula con nuestros alumnos.

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Enseñar podría ser ( ¡y lo digo en condicional!, ¡ay Finlandia! ) una profesión totalmente gratificante y valorada, si estos ingredientes los sazonaramos con un poco de colaboración de las familias para convencer y formar a nuestros alumnos en el trabajo, respeto, esfuerzo, disciplina, responsabilidad.  Y si, además, contáramos con el efectivo apoyo de la Administración, ¡mejor que mejor!. El conocimiento, la competencia y el entusiasmo de los profesores están asegurados:  de aquí que todo esto nos provoque el sentimiento que causaba una figura como el Cid Campeador ante su rey: “¡Dios, qué buen vasallo, si oviesse buen señor!” (Cantar de Mio Cid, verso 20).

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Y ya por último termino, compañeros/as,  porque ya he abusado en exceso de vuestro tiempo y amistad. Cumplo con uno más de los ritos de la vida, “unos que vienen y otros que se van”. Vosotros continuáis en esta tarea de mejorar y dignificar la fascinante profesión que compartimos. Por lo que se refiere a quienes nos jubilamos -y hablo en plural- os aseguro que nos llevamos en el recuerdo cercano, lo mejor de lo que aquí, en este instituto, en el “Juan de la Cierva”, junto a todas vosotras y vosotros, hemos aprendido y vivido con intensidad.

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Gracias, de nuevo, por vuestra compañía y vuestro afecto, y que seáis muy felices….

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